Bajar a media mañana por la bulliciosa calle del Obispo desde Floridita hasta la plaza de Armas y bucear allí en las tarimas de libros viejos de los cuentapropistas es una gran experiencia que uno no ha de dejar pasar. Uno encuentra de todo: números de Chic, Carteles y revistas burguesas de otra época, manuales de marxismo, postales color sepia, obras de Carpentier y Nicolás Guillén, tratados sobre las enfermedades del frijol colorado en Pinar del Río, binoculares y condecoraciones militares, álbumes de cromos prerrevolucionarios y colecciones de la revista Bohemia de 1959 con Fidel Castro y el Che en portada.
Uno de los mayores trofeos que uno puede obtener aquí son las Estampas de Eladio Secade, periodista que marcó época en Cuba en los años cuarenta y cincuenta con sus pequeñas crónicas y apostillas semanales publicadas en diarios como Alerta y revistas como Carteles y Bohemia, en las que describía el alma nacional y se burlaba de los tipos, costumbres y comportamientos de sus compatriotas. No deje de buscarlo. Los títulos de estos deliciosos entremeses de Secade eran toda una declaración de principios: “El piropo”, “El guapo cubano”, “El picador”, “El criollo en Miami”, “El rescabucheo” o “El picúo”, crónica esta que alberga un verdadero pozo de sabiduría.
“Picúo”, según Secade, era el cubano que compraba un automóvil y lo llenaba de adornos. El que no concebía el bienestar económico “sin el sortijón con chispitas de diamantes”. Picúo era el que hacía del afecto “una cuestión de gimnasia sueca”, y hablaba a manotazos y trataba “de tú al pinto de la paloma”. El que juraba por las cenizas del muerto más cercano, pues, entre cubanos, sostenía, no tenía “importancia eso de usar a los muertos que lloramos para que nos crean las mentiras que decimos”. El picúo se identificaba también porque “al bailar la parte más dulce y cadenciosa del danzón, cerraba un poco los ojos y con los dedos iba llevando el compás en la espalda de la compañera”. En política eran “picúos de remate” los oradores de mítines que “en la epilepsia patriótica” se abrazában a la bandera y le metían “mano a un pensamiento de Martí”. “Como dijo el Apóstol. Como bien explicó el Apóstol”. Con las frases de Martí, afirmó en los años cuarenta, los cubanos habían hecho “una industria de convicciones en conserva”.
Sobre España o la Madre Patria, la pluma de Secade no tenía desperdicio. “Más que los tratados comerciales y que las fiestas de las embajadas, ha hecho por la compenetración sana de los dos pueblos el que por primera vez le echó tocino y chorizo al ajiaco”. Y qué decir del siguiente comentario: “A pesar de nuestros intelectuales, el español no comprende bien el género afrocubano hasta que pasa una mulata sin refajo bailando la conga. Entonces reconoce que Guillén tiene talento”.
Para celebrar un homenaje, lo que “menos hace falta en Cuba es un motivo”, decía Secade. “Basta con que haya una comisión organizadora… No se explica uno cómo en un país que ha progresado tan poco, hay tantos homenajes”.
Pese a que están escritas hace más de 70 años, estas estampas son bien útiles para entender muchas claves del carácter de los cubanos y de la Cuba de hoy. Cuando llegue acalorado a la Plaza de Armas tras bajar por Obispo, después de negociar con su librero el precio a pagar, entre risas y perplejidad se entenderá de la razón por la que todavía hoy en las calles Cuba para piropear a una mujer bonita se le dice “mi vida, eres una bestia”, o a alguien muy inteligente se le llama “monstruo”.