Es natural que lo primero que sorprenda y atrape de La Habana sea su fabuloso centro histórico, con su bullicio, sus leyendas coloniales, sus estrechas calles de sugerentes nombres, Mercaderes, Oficios, Obrapía, Sol, Muralla. Es lógico que fascinen sus señoriales plazas, susrincones mágicos, algunos tan literarioscomo la loma del Ángel, escenario de las andanzas y amores de Cecilia Valdés, y por supuesto sus más de 500 edificios de alto valor patrimonial, muchos de ellos restaurados ya por la Oficina del Historiador de la Ciudad.
Es, sin duda,un gocepara el viajero caminar por la calle Obispo, por donde cada mañana, a finales del siglo XIX, bajaba desde Monserrate hacia el mar un batallón de voluntarios con la misión de custodiar el Palacio de los Capitanes Generales, el Castillo de la Real Fuerza, el Palacio del Segundo Cabo y otras dependencias civiles y militares de la zona. También lo es descubrir, en las páginas de un libro o durante una conversación casual, el porqué de los nombres de las calles por donde uno pasea, como Aguacate, llamada así por el árbol que alguien plantó en el huerto del antiguo convento de Santa Clara.
O Lealtad, por una famosa cigarrería que existía en esa vía de Centro Habana. O Águila, por la imagen de esta ave pintada en una taberna del lugar, o Alcantarilla, por la que se abrió en las inmediaciones del Arsenal. No faltaba la ironía a la hora de las denominaciones, como es el caso de la calle Economía, llamada así porque un humilde vecino, propietario de un taller de madera, fabricó en esa calle con sus ahorros una serie de viviendas de alquiler que lo convirtieron en un hombre de recursos, según nos recuerdan Ciro Bianchi y Evelio Toledo en su libro ‘Paseo por La Habana’, un verdadero pozo de anécdotas y de sabiduría.
Pero junto a esa pícara Habana de comercio y bullanguería, y separada tan sólo por los siete kilómetros largos del malecón -llamado originalmente Avenida del Golfo-, existe otra ciudadno menos increíble, majestuosa y señorita, que es la de la Quinta Avenida de Miramar, en cuyo diseño intervino el arquitecto norteamericano John F. Duncan, autor del monumento al presidente Grant, en Estados Unidos.
Tanto desde el Meliá Cohiba como desde el Meliá Habana , el visitante puede disfrutar de ese otro gran placer de esta capitalque es levantarse temprano y salir a pasear por la Quinta Avenida y recrearse en lo que fue y es La Habana elegante (también es buena opción hacerlo al caer la tarde).
Bien empezando desde la calle 2 hasta llegar a 84, o viceversa (seis kilómetros cortos, poco más de una hora, ida y vuelta), uno se cruzará con parques, iglesias, palacetes,residencias, casonas de columnatas y soportales ajardinados que hoy son en su mayoría embajadas y representaciones de firmas extranjeras, aunque también quedan viviendas particulares.
Nada más cruzar el túnel del río Almendares, al lado de la Fuente de las Américas, está el famoso inmueble de las tejas verdes, construido en 1926 por el arquitecto José Luis Echarte al estilo del renacimiento alemán y originalmente de tres plantas, que durante décadas fue objeto de leyendas urbanas y estuvo al borde del derrumbe, hasta su reciente restauración por la Oficina del Historiador de la Ciudad (hoy acoge un centro cultural para el estudio de la arquitectura moderna).
Un poco más adelante está el reloj de la Quinta Avenida, diseñado,al igual que la fuente de las Américas,por John F. Duncan. Desde 1924, esemblema de esta ciudad jardín edificada y poblada por las clases adineradas de La Habana, que ya antes habían levantado las mansiones del Cerro y del Vedado y en momentos de opulencia decidieron expandirse al oeste, dando origen a repartos tan exclusivos como Siboney o Cubanacán.
Algunas casonas guardan historias singulares. A la altura de la calle 14 se encuentra la del que fuera presidente de la República Ramón Grau San Martín, hoy un hogar infantil, a la que el político -famoso por su gusto por el uso personal de los caudales públicos- llamaba “mi chocita de la Quinta Avenida”. La choza tenía nada menos que 19 cuartos de baño en sus instalaciones, sin contar los de los garajes y la piscina.
Siguiendo en la misma dirección, a la altura de la calle 24 está la iglesia de Santa Rita y el parque Zapata, uno de los más bellos de la ciudad, donde uno se siente engullido por sus grandes jagüeyes de boscosas ramas y raíces aéreas-el alto aquí es obligatorio, y donde se puede hasta imaginar los danzones sonando interpretados por una banda municipal en la retreta construida en el centro. Una cuadra antes, en 22, está la casa Arguelles, que supuso un hito arquitectónico en su momento por ser una de las primeras obras del art decó cubano, innovadora por su composición, con varios cilindros y prismas de diferentes alturas coronados por un panel escultórico en su entrada, obra del gran artista Juan José Sicre, que muestra la lucha entre el arte nuevo y el viejo.
En 42 y Quinta se halla una gran escultura de una copa, que da nombre a la zona y que fue donada por otro hombre que gustaba de lo ajeno, Carlos Miguel de Céspedes quien fuera ministro de obras públicas del dictador Gerardo Machado, y un poco más adelante está la iglesia de San Antonio de Padua y la mole de la antigua embajada soviética, hoy embajada rusa, con su gigantesca torre que rompe el paisaje urbano en la calle 70. Si a esas alturas al caminante ha sudado bastante y no quiere llegar hasta 80, donde se yergue la iglesia de Jesús de Miramar -uno de los templos más grandes de Cuba-, puede ser un buen momento para girar hacia la calle primera y llegar a la costa, donde a esa hora los pescadores tiran sus anzuelos al mar desde el diente de perro y algunos habaneros practican yoga con la vista puesta en el horizonte.