Inauguró el Festival en el teatro Carlos Marx de La Habana con aplausos y excelentes críticas el 8 de diciembre y en todas las salas donde se ha presentado desde entonces ha sucedido lo mismo: El Ciudadano Ilustre engancha y después deslumbra tanto por la actuación de su protagonista, el actor argentino Oscar Martínez -quien interpreta al ficticio Premio Nobel de Literatura argentino Daniel Mantovani-, como por la historia tremenda que cuenta, que tiene que ver con los monstruos y las luces de la creación artística y los meandros de la cultura -tanto la verdadera como la falsa-.
Ni en la ficción ni en la realidad Mantovani es el primero que al recibir un premio grande siente que se le acaban las ideas y la imaginación e incluso la vida artística. Es lo que confiesa con voz clara el narrador a los que le homenajean en Estocolmo al recibir el Nobel, ante el pasmo general de actores y espectadores en un comienzo que desconcierta.
En su caso, la forma de escapar del tedio y las inseguridades es sui generis: aceptar una insignificante invitación del pequeño pueblo pobre e ignorante que lo vio nacer y del que huyo para convertirse en artista, cuando las autoridades de Salas le llaman para que regrese y entregarle la medalla de ciudadano ilustre de la localidad. En su pueblo natal muchos han seguido su carrera por televisión, pero pocos han leído su obra y menos aún saben que parte de su éxito se debe al rechazo y el burlón desdén que Salas y sus tipos humanos le han inspirado, y que se reflejan en no pocos de sus personajes.
Por momentos dura o tierna, a menudo mordaz e hilarante, y siempre reflexiva, la película trata asuntos profundos y enfrenta al espectador ante un dilema miles de veces vivido, que explora los lados oscuros del ser humano. ¿Es Mantovani el que ha traicionado a Salas? ¿O es Salas la que traiciona al escritor y no le perdona su fama?
Premiada ya en el Festival de Venecia en el apartado de mejor actor (Oscar Martínez) y en el de Valladolid, donde obtuvo la Espiga de Plata y el mejor Guión, El ciudadano Ilustre, de Mariano Cohn y Gastón Duprat, es una de las películas importantes del certamen habanero y una de las candidatas firmes a competir por los principales corales del Festival. Mantovani se quedaría paralizado de nuevo si viviera para contarlo.
Para la mayoría de los críticos, una de las grandes películas del Festival es la brasileña Aquarius, del director Kleber Mendonca, con una espectacular Sonia Braga (Doña Flor y sus dos maridos) en el papel de Clara, una mujer jubilada que ha superado un cáncer de mama y que es última residente de Aquarius, un edificio de 1940 ubicado en una zona de clase alta junto al mar en la ciudad de Recife, del que se niega a salir pese a que una empresa constructora ha comprado todos los departamentos, excepto el suyo. La historia de Clara es la de una resistente, en momentos en que el mundo actual y el capitalismo salvaje acorrala a los que no quieren doblegarse, en Brasil y en el mundo entero.
Aunque El Ciudadano Ilustre y Aquarius ya han pasado por las principales salas de cine del Festival y ahora habrá que buscarlas en las más pequeñas y alternativas, o sino cuando termine el certamen de vuelta a casa, ambos filmes son, sin duda, protagonistas de este gran diciembre cinematográfico en La Habana.
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Que ver el miércoles……………
Los sobrevivientes (1978) Tomás Gutiérrez Alea
A las 5:30 en el cine de 23 y 12
Una de las grandes suertes de este Festival es poder apreciar la nueva vida de cuatro grandes clásicos del cine cubano. La restauración de Memorias del subdesarrollo, Una pelea cubana contra los demonios y Los sobrevivientes, las tres de Tomás Gutiérrez Alea, y Retrato de Teresa, de Pastor Vega, ha deslumbrado a quienes las han visto.
Descubrir el cine de Gutiérrez Alea, siempre inteligente y mordaz, es una aventura y un baño de inmersión en el pasado y el presente de Cuba y de la revolución cubana, y el viajero que pueda disfrutar de la comedia Los sobrevivientes, lo vivirá como un lujo.
El filme cuenta los avatares de una familia de la burguesía cubana que se atrinchera en su mansión en 1959 pensando que la revolución va a durar dos días. A medida que pasan los años, mientras fuera se construye el socialismo, la situación en la casa va involucionando y se pasa del capitalismo al feudalismo, y así hasta llegar a la comunidad primitiva -cuando los sobrevivientes se comen a una tía-. Los moradores de la finca sólo tienen contacto con el exterior a través de un negociante que les trae los suministros necesarios para resistir -al principio, jamones y langostas; luego, látigos y grilletes-. En una de sus visitas a la mansión el dueño le pregunta: «Qué, ¿cómo está la situación ahí afuera?». El hombre se encogió de hombros y le contestó algo así: «Mira, la verdad es que a mí me da igual imperialismo que feudalismo, que capitalismo. La cosa es cogerle la vuelta al sistema».