Hay dos cosas que no pueden dejar de hacerse en Cuba si uno pretende disfrutar y a la vez intentar llegar más abajo de su piel, a lo profundo: la primera, es escuchar jazz afrocubano, un verdadero lujo que no es incompatible ni contradictorio con dejarse llevar por la música bailable cubana y las melodías de la trova tradicional que uno se topa en hoteles, bares y centros nocturnos. No es casualidad que muchos músicos de la isla compartan proyectos en orquestas de salsa con presentaciones en tríos y cuartetos de jazz, y da igual que sean jóvenes o viejos, pues se trata casi de una cuestión de principios. El jazz en Cuba tiene potencia telúrica y la combinación de sus ritmos con los tambores y la percusión africana produce diamantes, como bien se dio cuenta a finales de los años cuarenta el trompetista Dizzy Gillespie al escuchar a Chano Pozo y como ocurrió la noche del 15 de diciembre en el teatro Mella de La Habana, durante la apertura del Festival Jazz Plaza 2016.
Fue el fundador de Irakere, el gran Chucho Valdés, el protagonista de la velada, vestido de azul y blanco -los colores del orisha Yemayá- y acompañado de su deslumbrante cuarteto e invitados de lujo, como Omara Portuondo, que interpretó con el maestro Novia mía y Dos Gardenias para ti con todo el feeling que es capaz la diva del Buena Vista Social Club. Subieron también al escenario con Chucho dos estrellas del panorama actual del jazz norteamericano, el trompetista Terence Blanchard y el bajista Christian Mc Bride, que hicieron un homenaje al gran Thelonius Monk y cerraron con un Caravan de ensueño, caliente-caliente gracias a las congas de Yaroldi Abreu.
Caridad Amaro, Afrocomanche, Pilar y otras composiciones de Valdés se escucharon en el teatro Mella en un concierto memorable, pero el que no lo vio no ha de inquietarse. Hasta el próximo domingo habrá presentaciones de altura -los propios Blanchard y Mc Bride actuarán con sus grupos en diferentes sedes, además de otras figuras extranjeras-, si bien con los jazzistas cubanos basta, durante o después del Festival. Ahí están la fuerza y la magia de Roberto Fonseca -que cerrará el Festival con un gran concierto en La Habana-, la maestría del saxofonista Cesar López, la vitalidad de los percusionistas Yissi García y Oliver Valdés, el piano de Ernan y Harold López-Nussa y miles de nombres más que todos los meses del año se presentan en diferentes clubes, teatros y centros de la capital. Que este Festival de jazz sirva de campana al visitante: uno no debe marcharse de Cuba sin haber experimentado el pelotazo de escuchar como en Cuba se hace jazz. Al volar hacia lo profundo de la tierra y de uno mismo con el mantra de los tambores africanos, se viaja también a las profundidades de Cuba y es posible entender por qué la música aquí es necesaria para gozar y para vivir.
El cine es, sin duda, otra clave para conocer y disfrutar la Cuba verdadera. El 38 Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano, que ahora termina, ha servido de plataforma para dar a conocer lo último y mejor de la producción nacional, que incluye las películas de Fernando Pérez, Últimos Días en La Habana, y Ya no es antes, de Lester Hamlet, ambas con acercamientos dolorosos a la realidad nacional, muy bien recibidas por el público cubano. El mismo día que Chucho Valdés rompía con su ritmo las costuras del teatro Mella, se presentaba en el cine Yara el filme de Félix Viscarret Vientos de la Habana –basada en la obra Vientos de cuaresma del escritor Leonardo Padura, Premio Princesa de Asturias-, un policiaco ambientado en la Cuba de los noventa en el que su bien hilvanada trama y la actuación de Jorge Perugorría en el papel del teniente Mario Conde deja al espectador ante el verdadero protagonista de la novela y la película: La Habana.
Por favor, si no hay Festival ni de Jazz ni de Cine cuando llegue a Cuba, da igual. Los jazzistas están aquí cada noche y las películas, desde las clásicas de Tomás Gutiérrez Alea a las últimas de Fernando Pérez, es fácil conseguirlas aunque no estén en cartelera.