- «Hola, soy Miguel y voy a ser su mayordomo estos días. Cualquier cosa que necesiten, chicos, me lo dicen sin pena».
Una risita se pintó en la cara de los niños, entre pícara y con un ademán de desconcierto, al mirarnos: “¿Qué es esto…?” “¿Qué va a pasar aquí este fin de semana…?, nos dijeron sin pronunciar una palabra.
Los dos se lavaron las manos con una toalla húmeda y perfumada, se tomaron el coctel de bienvenida –“es azul como el mar de Varadero”, dijo al hermano la más pequeña- y cuando Miguel les entregó dos mochilitas con sendas gorras para protegerse del sol, un pullover y algunos juguetes de playa, de nuevo les brillaron los ojos.
- “Este es un regalo de bienvenida. Están ustedes en el Family Concierge del hotel Paradisus Varadero, y queremos que se sientan como príncipes”.
Tras el recibimiento, y mientras las maletas viajaban en un carrito eléctrico hacia la habitación, Miguel nos condujo por las instalaciones de este resort de lujo especialmente diseñado para familias y concebido como un hotel dentro del hotel, un establecimiento sin parangón en Cuba y difícil de hallar en el Caribe (sólo existen dos similares, en Punta Cana y Playa del Carmen).
La primera parada del recorrido, después de pasar un estanque con esculturas de cocodrilos pintados de colores, fue el Kids Club, un área de juego con mobiliario moderno y monitoras y cuidadoras que son un amor. Allí los padres pueden dejar a los niños a ratos o el día entero (para los niños de 8 meses hasta los 4 años hay un área especial, con suelos acolchados, cunas para echar la siesta y todos los estímulos y comodidades que uno hubiera querido tener a esa edad). En este espacio, te das cuenta enseguida, es imposible que los pequeños se aburran: les organizan juegos en la playa, hay sesiones de miniyoga, lecciones de cocina para minichefs, minizumba, miniSpa, consolas con diferentes juegos y un carrusel de propuestas con diferentes nombres que cuentan con un plus impagable: un equipo de jóvenes a las que les encantan los niños y que no hacen su trabajo simplemente de un modo profesional, sino que disfrutan de verdad compartiendo con los más pequeños y viéndolos reír.
El complejo tiene 284 habitaciones, todas ellas suites de diferentes categorías, de las cuales 20 tienen acceso directo a la piscina (Swim up), es decir, que abres la puerta y si te da la gana ya estás dentro. Por supuesto a los niños siempre les da la gana, y también encaramarse a toda velocidad a la cama balinesa que encuentras nada más abrir la puerta.
- ¡¡Corre Papi, ven a ver esto¡¡- es una frase que les oirás decir muchas veces durante tu estancia.
Una buena idea, sabiendo que está disponible el servicio, es hablar con Miguel o con el mayordomo que atienda tu habitación, para que el mismo día de llegada les preparen a los niños un baño de espuma con sales y globos en la bañera. La operación es sencilla: te llevas a la familia a la playa y quedas en que a tal hora este todo listo. Cuando regresas cansado y lleno de arena y sal, abres la puerta y dejas entrar primero a los críos: pronto escucharás el grito o directamente el chapoteo en la bañera y te será difícil olvidar su cara de felicidad.
Otro punto a favor del Family Concierge y en general de todos los Paradisus Resorts de Meliá es la música. En la piscina, restaurantes y diferentes áreas del establecimiento se escucha una música muy cool que los niños y los padres agradecen, suenan versiones de Coldplay, John Legend o Bob Marley en deep house, creando un ambiente rico y relajante hasta el extremo que a veces uno se olvida que se encuentra en un hotel de familia y que hay niños jugando alrededor.
Hay otra palabra mágica en todo el lugar y es tranquilidad. Adonde quiera que vayas se respira paz y por muchos problemas que cargues en la mochila aquí se dan las condiciones para que los entierres en la arena y pongas tu mente en blanco; si lo logras, no sé de qué modo tus hijos lo percibirán (lo puedo asegurar) y el buen rollo te la devolverán con creces.
A la playa se puede ir de dos modos: bien dando un paseo, pues son sólo cinco o diez minutos caminando, o de nuevo en el carrito eléctrico, que los niños disfrutan como un trencito y es más cómodo si uno va cargado. Del mar que uno se encuentra al desembarcar no hace falta hablar. El poeta Pablo Neruda, que visitó el lugar en 1942, cuando las casas eran de madera y los pescadores tiraban sus atarrayas en los bajíos al atardecer, decía que quedó “estupefacto” al contemplar “las aguas marinas de Varadero, aguas únicas que parcelaron la turquesa oceánica y se dividieron el más compacto fulgor de la mariposa azul”. Hoy la visión es similar, pero además te puedes enrolar en uno de los catamaranes del hotel con Orlandito de maestro de ceremonias ciñendo la mayor; te acercas a la barrera coralina, te pones las gafas de bucear, se zambullen allí los niños entre estrellas de mar, anclas perdidas y peces de mil colores, y no hay más nada.
*Excepto porque en el próximo post hablaremos de lo que sucede cuando uno se da un masaje junto a su hijo con linimentos de chocolate y azafrán en el Yhi Spa.