«Había bebido dobles daiquiris helados, de los grandiosos daiquiris que preparaba Constante, que no sabían a alcohol y que al beberlos daban una suave y fresca sensación. Como el esquiador que se desliza desde la cima helada de una montaña, en medio del polvo de la nieve. Y luego, después de un sexto u octavo, la sensación de la loca carrera de un alpinista que se ha soltado de la cuerda…».
La descripción de los poderosos efectos de los daiquiris de Floridita sobre Thomas Hudson, el protagonista de la novela póstuma de Ernest Hemingway Islas en el Golfo, todavía planea sobre el legendario bar restaurante de La Habana, donde hoy un busto de bronce recuerda al escritor. Por aquí pasaron estrellas de Hollywood como Spencer Tracy, Ava Gardner o Errol Flyn, todos amigos del Premio Nobel, que en los años treinta del pasado siglo recaló en Cuba por primera vez en busca de buena pesca y buenos tragos y acabó eligiendo la isla como su particular santuario para crear.
Es Floridita uno de los lugares de culto para aquellos viajeros que quieran seguir la ruta habanera del Premio Nobel, pero hay muchos otros, empezando por el hotel Ambos Mundos, en la desembocadura de la calle Obispo, donde Hemingway fijo su primera residencia en la capital cubana hasta 1939 (habitación 511) y donde trabajó en el manuscrito de ‘Por quién doblan las campanas’. Si uno vuela literariamente y disfruta recreándose en ambientes y personajes, no hay mayor placer que deambular por el lobby del Ambos Mundos, con su barra de madera preciosa y sus ventiladores de techo que reparten el aire sofocante del trópico como en la película ‘Nuestro Hombre en La Habana’, donde Alec Guinnes abreva sudoroso en la barra de 40 taburetes del cercano bar Slopy Joe, también frecuentado por Hemingway y por todos los americanos que visitaban La Habana ayer y también hoy, tras el reciente acercamiento entre Washington y Cuba.
En el poblado de Cojimar, a 15 minutos de La Habana, sigue sirviéndose cerveza bien fría en La Terraza, el bar de pescadores frente a la antigua tiburonera desde donde Santiago salía cada madrugada en busca de un pez aguja en ‘El Viejo y el mar’. Aquí vivió hasta su muerte cumplidos los100 años Gregorio, el patrón canario del yate Pilar, en el que Papa Hemingway salía a pescar grandes peces espada en la corriente del Golfo, la misma que le sirvió de escenario para la novela cubana que le llevó al Premio Pulitzer y al Nobel.
Para explicar por qué se mudó a Finca Vigía en 1940, el escritor Gabriel García Márquez citaba estas palabras del novelista norteamericano: “Porque para ir a la ciudad no hace falta más que ponerse los zapatos, porque se puede tapar con papel el timbre del teléfono para evitar cualquier llamada, y porque en el fresco de la mañana se trabaja mejor y con más comodidad que en cualquier otro sitio. Pero esto es un secreto profesional”. García Márquez anotaba: “No necesitaba advertirlo, pues ya casi nadie ignora que el lugar donde se escribe es uno de los misterios insolubles de la creación literaria”.
Finca Vigía fue el lugar mágico que Hemingway descubrió para escribir, su guarida cerca de la corriente del Golfo, “el Gran Río Azul”, a 45 minutos de su casa, donde encontró “la más abundante pesca” que hubiera imaginado. Tras su suicidio en Idaho, en abril de 1961, su cuarta esposa, Mary Welsh, viajó a Cuba para recoger los manuscritos y enseres de valor y donó al gobierno cubano la casona con la mayoría de sus pertenencias. Desde entonces aquí funciona el Museo Finca Vigía, que atesora 9.000 libros, revistas y folletos -2.000 de ellos subrayados o con notas al margen-, además de objetos como su máquina de escribir Underwood, los trofeos de caza, un epílogo no publicado de ‘Por quién doblan las campanas’, o la botella de Ginebra medio llena y el disco de Glenn Miller que dejó en el gramófono antes de su último viaje.
Déjese llevar… Cojimar y La Terraza al otro lado de la bahía, el Ambos Mundos, Finca Vigía, el rastro de Gregorio Fuentes en las páginas de ‘El viejo y el mar’, las fotos de Hemingway con Spencer Tracy y Fidel Castro en las paredes de Floridita, los daiquiris perfectos, herencia del barman catalán Constantino Ribalaigua, la medalla del Premio Nobel que Papa Hemingway donó al santuario de la Caridad del Cobre, en Santiago de Cuba, en agradecimiento a la inspiración que le brindaron estas tierras…Todas esas cosas que hoy puede perseguir y que le ayudaran a descubrir una nueva Cuba que es la de toda la vida.