Los niños estaban jugando en la playa cuando se produjo el espectáculo que los dejó con la boca abierta. No había cerca ningún animador, ni clases de baile en la arena, ni juegos de vóley playa u otra actividad colectiva organizada por el hotel, fue simplemente una bolsa de pan que un turista italiano llevó a la orilla lo que provocó la maravilla: al lanzar al aire los primeros trozos, de nadie sabe dónde empezaron a aparecer las gaviotas. Primero fue una, después otra, cinco, diez, veinte…; en un momento más de cincuenta gaviotas se habían instalado sobre las tumbonas de aquel grupo de italianos dando grititos para que les lanzaran más comida. Los muchachos salieron hacia allá disparados y empezaron a tirar pan al aire también, mientras la gente, incrédula, hacia fotos.
- “No fallan una”, exclamó la pequeña, y era verdad. Miga de pan que iba para arriba, era pescada al vuelo, ninguna o muy pocas llegaban al suelo.
Después de pasar la mañana jugando en el mar, los chicos decidieron regresar a su habitación y bañarse en la piscina del Family Concierge, donde a las 3:30 de la tarde había una fiesta para niños, nos había dicho Malin Juszzcak, la Guest Experience del resort natural de Suecia, que es el hada madrina que hace que las cosas funcionen con un glamour especial.
Con Malin habíamos acordado que esa tarde los niños vivieran una experiencia muy especial en el YhiSpa. Prefirieron almorzar en la mesa buffet mejor que en la piscina y no se equivocaron. Ensaladas, pescado a la plancha, arroces y diversas viandas bien preparadas, mucho más sano que las típicas hamburguesas, pizzas y hot dogs (sabrosas también) de la cafetería de la piscina.
A la hora acordada, nos acercamos al Yih SPA, donde por la mañana madre e hija habían tenido una experiencia previa de arreglo de uñas, trencitas y otros lujos. Al igual que Malin a nivel de todo el hotel, en el SPA fue Maricela Rivero, su directora, la que convirtió con sus sonrisas y cuidados que el servicio que íbamos a recibir fuera algo todavía más especial.
Lo primero fue hacer juntos los cuatro el circuito hidrotermal completo, empezando por la ducha escocesa, esto es, tirar de la cuerda para que te caiga arriba un cubo de agua fría, así sin más. Tras la sorpresa y el grito correspondiente de los que tú sabes, unos minutos en el baño sauna, alucine total para los chicos, más cuando les explicaron que a los rusos y escandinavos les gusta todavía más caliente, a 90 o 100 grados, no a los 70 en que estábamos.
- ¡¡Dale, Papi: echa más agua a las piedras¡¡
Lo que sucedió a continuación no tiene nombre: los cuatro en un jacuzzi caliente y de ahí a otro aledaño de agua fría, los borbotones de agua ahogando las risas y sus pequeñas vergüenzas, y de ahí a los chorros de agua sobre la cabeza y la espalda en una piscina frente al mar, donde hay otro jacuzzi al aire libre, por si quieres más.
Y ta-ta-ta-taaaan…
Maricela aparece por una esquina junto a cuatro jóvenes masajistas vestidos de blanco y dice que ya las cabinas están listas. Las cabinas son grandes y tienen tres mesas de masaje, y además una bañera que está preparada con espuma y olor a diversas fragancias para cuando terminemos de disfrutar de la experiencia, que ni los niños ni nosotros vamos a olvidar.
Maricela sugiere: «la mamá y la pequeña juntas, los chicos para acá»
Las caritas son de emoción e incredulidad. Después de salir un momento de la cabina para que nos desvistamos y nos acostemos boca abajo cubiertos con una toalla, los masajistas vuelven a entrar. La cama de los niños esta forrada con un suave plástico, pues a ellos los van envolver completos con un linimento de chocolate, mientras que para los mayores el aceite será de azafrán. Huele a incienso en el salón y se escucha una melodía muy relajante.
Esta uno acostado a sólo unos centímetros de su hijo sintiendo los primeros efectos del masaje, cuando la otra fisioterapeuta mezcla el polvo de chocolate con agua y empieza a frotar suavemente su cuerpito con el oloroso mejunje. No sabría decir que es más placentero, si el bienestar que te provoca la fricción sobre tu propia piel o mirar de reojo al muchacho, que en estos momentos suspira con cara de felicidad.
- «Cariño ¿quieres que te ponga también chocolate en la cara?»- le pregunta la masajista.
La respuesta ya la imaginan, y justo después comienza la segunda parte: un masaje lento y sedoso por los pómulos, las cejas, el cuello, la barbilla, el pelo, todo el cuerpo entero relajado y embarrado de aceite de chocolate, el niño y tú completamente abandonados, como si no existiera el tiempo ni nada de que preocuparse.
A los 50 minutos justos abres los ojos con el sonido del gong, marchan los dioses masajistas y te quedas con tu hijo a solas el tiempo que desees en la bañera de sales y olor; uno frente al otro, chocando los pies y hablando de tus cosas en susurros….
En el caso de que tengas un hijo de 12 o 13 años ya preadolescente, todavía hay un regalo mayor: es cuando, luego del masaje, el baño y la ducha, mientras se pone el sol naranja en el cielo de Varadero y regresas caminando a la habitación, el niño que ya no lo es te coge del brazo y te dice mirándote a los ojos: “Papi, te quiero mucho”.