Hace no tanto tiempo, setenta u ochenta años a lo más, cuando nadie pensaba que la cayería norte de la antigua provincia de Las Villas se convertiría en uno de los polos turísticos más importantes de Cuba, en Cayo Santa María vivían unas 15 familias de pescadores que salían cada mañana a faenar a la bahía de Buenavista y también a buscar grandes peces en la corriente del Golfo. Eran ellos y algunos carboneros los únicos y privilegiados pobladores de este paradisíaco islote del archipiélago Sabana-Camagüey, una de las reservas naturales mejor conservadas de Cuba, famoso refugio de decenas de miles de aves acuáticas con la segunda formación de manglares de la isla y más de 170 kilómetros de playas de extraordinaria belleza.
Con dos kilómetros de ancho y 13,5 de longitud, Cayo Santa María y es uno de los más grandes de la cayería de Herradura, un fabuloso laberinto acuático formado por decenas de islitas y cayuelos unidos por un intrincado sistema de canales y piscinas naturales donde habitan numerosas especies de reptiles, anfibios, peces, aves y mamíferos endémicos de la zona. En el corazón de esta naturaleza desbordada y salvaje nació Carmen Delia Reyes Carrillo un día de 1953, el mismo año en que Fidel Castro asaltó el Cuartel Moncada en Santiago de Cuba y encendió la llama de la revolución.
Al su padre, Félix Reyes, no le dio tiempo a llevar a su esposa a tierra firme para que diera a luz, así que la niña llegó a este mundo en la pequeña embarcación que era el sustento de la familia y en la que salía Félix a pescar mar adentro. No existía por aquel entonces el pedraplén de 48 kilómetros de longitud que une hoy los cayos de Las Brujas, Ensenacho y Cayo Santa María con la localidad de Caibarién, por eso la pequeña no pisó tierra firme hasta algún tiempo después, cuando sus padres la llevaron a inscribir al registro de la ciudad.
Fundada a finales del siglo XIX, Caibarién conserva aún las viejas casonas, almacenes y palacetes de su época de esplendor, cuando era un destacado puerto comercial, y por entonces para los habitantes del cayo era el punto más cercano a la civilización, donde se avituallaban de suministros e iban al hospital cuando enfermaban.
“Los hombres hacían carbón y salían a pescar, y también cultivábamos fruta bomba, calabaza, boniato y melón de Castilla”, cuenta Carmen Delia, que pese el tiempo transcurrido recuerda con nostalgia su infancia en el lugar, donde vivió hasta los 12 años. “Cada cierto tiempo se llevaba el pescado, las esponjas, el carbón y las viandas a vender en Caibarién, y de allí traían arroz, frijoles, aceite y todo lo que nos hacía falta”.
En aquella época no había luz, pero por la noche las familias se alumbraban con faroles chinos y la tía de Carmen Delia enseñó allí a leer y a escribir a los hijos de los pescadores, que vivían en unas casitas de madera con techo de guano en la parte sur del cayo, no lejos de Punta Madruguilla, donde hoy se levanta el exclusivo hotel Meliá Buenavista, de 105 habitaciones y con tres playas vírgenes para uso y disfrute de sus huéspedes.
Un poco más al oeste, después de pasar el lugar donde hoy se levantan los hoteles Sol Cayo Santa María y Meliá Santa María, sus padres la llevaban a caballo hasta la playa con sus hermanos, y todavía no se le ha olvidado de aquellas tardes chapoteando en el agua azul, le cuenta a su hijo Joel, de 41 años, que hoy trabaja allí mismo atendiendo a los turistas en las tumbonas muy cerca del punto náutico del Meliá Las Dunas, desde donde catamaranes de velas multicolores salen a navegar cada mañana.
Igual que entonces, cuando Carmen Delia y los otros hijos de los pescadores jugaban asilvestrados en la playa, los atardeceres son mágicos en cayo Santa María y bañarse en sus aguas de arenas blancas purifica el alma y los pensamientos, sean niños o mayores los afortunados.