Por Harold Iglesias
La Habana está de moda, como toda Cuba en el espectro de posibles visitantes curiosos. Y el hecho de haber quedado seleccionada entre las Siete Ciudades Maravilla Modernas por la organización New Seven Wonders.
Para quien le ha tomado el pulso toda la vida, que ha correteado por las vetustas calles de la Habana Vieja, que ha degustado una puesta de sol en el Malecón, o que sencillamente ha extasiado su mirada en el horizonte citadino desde el Turquino o el restaurante Sierra Maestra, la ciudad puede parecer una postal multicolor, con secretos, senderos y opciones trilladas, y otros no tanto.
Para mí, incluso siendo habanero de pura cepa, mi glamorosa Habana siempre tiene un encanto oculto, cautivador: una historia o secreto que merecen la pena ser contados.
Y no se trata de no rodar al compás de autos clásicos, los denominados “almendrones”, de dejar que la brisa en sus modelos convertibles nos abrace y que el fresco aroma de salitre se antoje cómplice, de degustar un mojito o daiquirí con todas las de la ley, de soltar una exquisita bocanada de humo proveniente de un Cohíba o un Romeo y Julieta, mientras filosofamos sobre cambio climático, servicios o la realidad cotidiana del cubano.
Esos seguirán siendo siempre algunos elementos identitarios de atractivo indiscutible, amén de lo estereotipados que puedan estar, pero radiografiar a La Habana de veras, escuchar el eco de sus latidos, encierra otros.
Si usted es amante del deporte, de ahogar un cántico de gol, o establecer ciertas polémicas alrededor de la actividad del músculo, el Sports-Bar del hotel Meliá Habana debe ser un punto de referencia cuasi obligatorio.
Con la avenida 3ra casi en el umbral de sus instalaciones, el sport bar no solo le permite a los visitantes un acercamiento a un público conocedor, sobre la base del intercambio con cubanos de pura cepa amantes del deporte, sino que también les abre las puertas de la barriada de Miramar, ante la proximidad de instalaciones como el Acuario, el Teatro Karl Marx y el Café-Teatro Miramar, o respirar un ambiente cosmopolita y empresarial con solo cruzar la calle y adentrarse en los edificios del Miramar Trade Center.
No será en las finas y blanquecinas arenas de Varadero, tampoco se halla enclavado cerca de las Playas Este habanero, pero muy cerca bordeando todo el cinturón costero Norte se podrá disfrutar de la costa, una puesta de sol, caminata sugerente, o si lo prefiere explorar los Centros nocturnos y bares que han proliferado en dicha zona.
De playa, sin notar el paso del tiempo recalamos en el Vedado citadino. La alanza con el Malecón es casi magnética. El andar por la franja invita y además del Hotel Meliá Cohiba, otros atractivos se erigen como vecinos de consideración. Amplia variedad cultural en sus puestas exhibe el Teatro Mella, el Jazz Café puede emerger como otra propuesta interesante; y si gusta de andar y explorar, sin notarlo en demasía sobre su cuerpo, el Centro Histórico de la ciudad tiene su impronta disponible. Cambiar de una imagen de arquitectura moderna y categoría de cinco estrellas, al romántico entorno colonial puede devenir un contraste placentero, aderezado con servicios de excelencia y noches de música, cubanía y contemporaneidad en el Habana Café.
Sigo mi andar, sin el asedio de Cronos, como quién saborea un café vespertino en busca de relajación, como alguien que apartó sus rutinas y eligió a Cuba como destino para impregnarse de sosiego. Tras unos pocos pasos choco con un emblema de la hotelería cubana, con un símbolo ineludible de mi ciudad: El Tryp Habana Libre.
Un collage en su rol de instalación hotelera. En otros tiempos hacía escala obligatoria para comer el mejor pollo a la barbacoa de toda la comarca.
El Habana Libre se enseñorea en la céntrica esquina de 23 y L con el gigantesco mural de la pintora y escultora Amelia Peláez como carta de presentación. Guarda en su interior los recuerdos de huéspedes ilustres como Elizabeth Taylor, Sara Montiel, Mario Moreno, Valentina Tereshkova, Salvador Allende, entre otros…
O sencillamente pactar tablas con la historia y rememorar la Olimpiada Mundial de Ajedrez de 1966 cuando ilustres del juego ciencia como los rusos Tigran Petrosian, entonces campeón mundial, Boris Spassky, Mijail Tal, ex campeón mundial, Leonid Stein, entonces campeón soviético. O el elenco estadounidense liderado por el controversial Bobby Fischer, quien se hizo secundar de los grandes maestros Robert Byrne, Pal Benko, Larry Evans y Nicholas Rossolimo.
Esa es la magia del Habana Libre, además de las obras de arte al alcance de sus huéspedes en distintas áreas de la instalación, la posibilidad de albergar eventos de diversa índole. Ese latir sui géneris en el corazón del Vedado y su entrañable relación con el Yara, el Coppelia, los habaneros. El ritmo de millares de personas que a diario los circundan.
Sin embargo, la reflexión se reserva a aquellos, que como yo, miran construyen e interpretan a La Habana, desde una perspectiva diferente.