Es una vieja tradición en La Habana cada 16 de noviembre dar tres vueltas a la ceiba plantada en los jardines del Templete. Para negros, blancos y chinos cubanos la ceiba es un árbol sagrado, por ello, vivan en su fronda los antepasados, los santos católicos o los orishas africanos, hay que respetarla. Acudir al Templete ese día, o mejor la víspera por la noche, y rodear la ceiba tocando su tronco mientras se pide en silencio lo que se desea, trae buena suerte, según se dice.
El poder extraordinario de esta costumbre, sin embargo, no sólo procede de los atributos mágicos del árbol, sino también de la energía que concentra el lugar.
El monumento del Templete, de estilo neoclásico, fue levantado en 1828 a un costado de la Plaza de Armas para recordar el lugar donde, según la leyenda, a la sombra de una ceiba se ofició el primer cabildo y la misa fundacional de la ciudad en su actual emplazamiento. La antigua villa de San Cristobal en realidad tuvo su asiento inicial en la costa sur, donde los hombres de Diego de Velázquez sembraron la primera cruz en 1514, pero no fue hasta 1519 que sus pobladores se trasladaron junto al puerto de la costa norte que le otorgaría fama mundial.
El camino recorrido desde entonces por La Habana hasta ser reconocida como capital, por Real Cédula del 8 de octubre de 1607, fue largo, y solamente posible por un conjunto de acontecimientos que señalaron su destino.
“La Habana quedó situada en el centro del teatro operacional de las armadas, sede circunstancial del anclaje de las Flotas por mandato regio, lo cual no solo atrajo riquezas sino permitió a los vecinos muy tempranamente adecuar todo tipo de servicios para acoger a miles de viajeros”, recordaba el Historiador de la Ciudad, Eusebio Leal, en la celebración de los 495 años de La Habana.
Aunque los viajeros de entonces poco tienen que ver con los de ahora, hoy, cuando se festeja el 498 aniversario de la villa, la capital cubana sigue siendo esa ciudad cálida y deslumbrante que atrapa al visitante. No se trata solo de su valor arquitectónico, ni de que posea el centro colonial y el sistema de fortalezas mejor conservado de América, por lo cual ambos fueron declarados Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1982.
La maravilla de La Habana, lo que la hace tan especial, además de su carácter y su historia, es su mixtura, su eclecticismo, que no es sólo el de sus edificaciones sino también el de sus gentes. Decía el gran poeta Gastón Baquero que, en poco tiempo, “en la caldera de hierro y arcilla que es la isla”, el sol puso a hervir, hasta borbotear y fundirse, las cuatro sangres, “los cuatro colores, los cuatro modos de la magia…” Indios, blancos españoles, negros y chinos, cada cual dejó su huella, y del mismo modo la ciudad fue creciendo y desbordando las murallas originales, que no comenzaron a ser derribadas hasta 1863.
Dentro quedaron las primeras fortalezas, como la del Castillo de la Real Fuerza, construido tempranamente para defender la plaza de los ataques piratas, como el realizado en 1555 por Jaques de Sores, que arruinó aquella Habana de bohíos y techos de guano.
En diferentes momentos aquí nacieron la antigua Plaza de la Iglesia, hoy Plaza de Armas, con su Palacio de los Capitanes Generales y el del Segundo Cabo, comienzo de la importante calle O´Reilly, que debe su nombre a que por ella hizo su entrada en la ciudad el general Alejandro O’Reilly, subinspector de las tropas españolas cuando la restauración de La Habana en 1763 después de un año de ocupación inglesa. También la Plaza Vieja, antes llamada Plaza Nueva, y la Catedral, y las fortalezas de La Cabaña y el castillo del Morro, y junto a esos grandes edificios y baluartes que uno admira la ciudad se fue poblando de calles de sugerentes nombres que hoy despiertan la curiosidad de los turistas: la calle Muralla, primitivamente llamada calle Real, porque era la principal salida al campo que tenía la villa; Obispo, porque acostumbraba frecuentarla el prelado Don Pedro Agustín Morell de Santa Cruz, que vivía en la calle de Los Oficios 94, donde murió; la propia calle de Oficios, por los oficios de escribanos y otros funcionarios que en ella estaban establecidos; Lamparilla, por una lamparita que un devoto de las Ánimas encendía todas las noches en su casa, esquina a la calle Habana; o la calle Economía, por la excesiva que empleó un dueño de un taller de maderas para fabricar unas casitas en dicho lugar; y también Águila, por el ave que pintó el dueño en una de las tabernas que había en ella, según nos recuerda Emilio Roig de Leuchsering en sus maravillosos “Apuntes históricos de La Habana”.
Apenas saliendo de la antigua ciudad amurallada, por el costado del paseo marítimo, uno se topa con la calle San Lázaro, que une el centro histórico con la ciudad moderna. Aquí el viajero descubrirá un catálogo de fachadas diferentes, la mayoría de estilo ecléctico, que combinan sin pudor columnas, pilastras, balcones, cornisas y elementos arquitectónicos diversos. No hay en esta vía principal de Centro Habana un edificio espectacular que destaque por sus valores intrínsecos; como en una orquesta, es el sonido armonioso del conjunto lo que atrae y prevalece.
Ésta característica es extrapolable a La Habana entera: además de la fabulosa Habana colonial y de la ciudad ecléctica, hay una increíble Habana déco, y una Habana moderna, y una Habana de grandes calzadas cuajadas de soportales que serpentean en todas direcciones protegiendo al paseante de la lluvia y el sol. Todas estas Habanas, puestas a hervir en el mismo caldero de razas del que hablaba Gastón Baquero, son una sola, y por eso estos días la ciudad entera celebra un nuevo aniversario de la villa con la vista puesta en 2019, cuando se festejaran los 500 años de su nacimiento.
Quien visite hoy el Templete podrá ver la obra realizada por la Oficina del Historiador de la Ciudad para devolver al lugar su aspecto original. También ha sido recuperada la gran portada neoclásica que daba acceso originalmente a la calle de O’Reilly, mientras en el Castillo de la Real Fuerza y el Palacio de los Capitanes Generales los restauradores dan los últimos retoques rehabilitadores. Más arriba, al final de la calle Teniente Rey, en el Capitolio continúan las obras igual que en otras palacios y plazas, y es en este contexto que los habaneros y los visitantes que así lo deseen darán este año tres vueltas en silencio a la ceiba del Templete el 16 de noviembre. Y pedirán un deseo.