Corría el verano de 1997 y en el hotel Meliá Cohiba, en el corazón del Vedado, estaba a punto de abrir sus puertas un establecimiento que se convertiría en un emblema de la ciudad. Su nombre era Habana Café y, en aquella Cuba que todavía peleaba por consolidar el turismo como industria principal, su espíritu y su decoración era audaz, toda una apuesta y una declaración de principios. Ambientado en los siempre sugestivos años cincuenta, cuando la isla era un hervidero de ritmos y arrollaban el mambo, el chachachá y el son de Arsenio Rodríguez, entre las mesas y pasillos del Habana Café deslumbraban al público un niquelado Chevrolet Bel Air descapotable y un Buick 1957 que encendían sus luces y sonaban sus claxons al comenzar el espectáculo, en el que los camareros eran parte del show.
Había también una Harley Davidson 1947 con sillín de cuero y del techo colgaba un avión biplaza Yak-18, que flotaba sobre los alucinados clientes creando la sensación de un fabuloso viaje en el tiempo bajo el reinado de la voz de Benny Moré, el Bárbaro del Ritmo, que desde ultratumba cantaba ¡Oh vida¡.
De las paredes, junto a viejos anuncios de Pepsi Cola, cerveza Cristal o cuchillas Gillete, colgaban fotos de Bola de Nieve, del Benny, del boxeador Kid Chocolate, carteles de películas Imperio Argentina y portadas del Rhapsody in blue de Gershwin o de un famoso álbum de la Columbia con la banda original de Gentellmen prefer blondes. Además, un mapa a escala de La Habana ocupaba toda una pared y sus principales edificios se iluminaban al comenzar la noche, cuando los empleados, antes de ponerse a servir tragos, subían al escenario y bailaban con chancletas o sobre los asientos del despampanante Chevrolet amarillo matrícula 10210. Todo un impacto.
Dos años antes, Meliá Hotels International (antiguo grupo Sol Meliá) había asumido la administración del Cohiba, destinado a convertirse en el hotel de cinco estrellas más importante de la ciudad, y ya el día de la inauguración, el 31 de mayo de 1995, el presidente de la compañía, Gabriél Escarrer, había dicho que en la historia del turismo en Cuba, y también de la cadena turística que dirigía, “se hablaría de un antes y un después del Meliá Cohiba”. Así sucedió. Y desde el principio el Habana Café fue una referencia.
Primero en su espacio funcionó la discoteca Aché, que fue centro de la vida nocturna de La Habana y marcó toda una época. En 1997, mientras se gestaba en los legendarios estudios de la Egrem el éxito sin precedentes del Buena Vista Social Club, el Habana Café rompió moldes con una programación que desde el primer momento apostó por recuperar la mejor tradición de la música popular cubana, incluida la vieja trova de Compay Segundo y Eliades Ochoa, al tiempo que abria sus puertas a las orquestas bailables más destacadas del país, desde NG La Banda a Los Van Van de Juan Formell, que hasta el día de hoy sigue actuando en el Habana Café.
Pasar una noche en el Habana Café se convirtió en sinónimo de escuchar la mejor música cubana, fuera de antes o de ahora. Y su impronta y fama fue creciendo, también lejos de la isla. Cuando en septiembre de 1998 se celebró el primer aniversario de su inauguración, acudieron al lugar un grupo de visitantes ilustres de España, con la vedete Norma Duval y la cantante Massiel a la cabeza, quien se subió al escenario a interpretar a duo con Compay su famoso chan chan, en noche memorable.
Ir al Habana Café era lo más en la ciudad. Un día ibas a tomar una copa y te encontrabas a Joaquín Sabina refugiado en una mesa o bailando en el escenario tras los conciertos que ofreció con Pablo Milanés en la ciudad. Otra noche era el propio Milanés el que actuaba y compartía el escenario con Pancho Céspedes, o el gran pianista de jazz Chucho Valdés quien protagonizaba la velada, o por sorpresa comparecían Omara Portuondo y otras estrellas del Buena Vista Social Club durante uno de los descansos de sus kilométricas giras.
El Habana Café mantuvo siempre abiertas sus puertas a viejos y nuevos trovadores, desde los veteranos y uniformados componentes del Septeto Habanero, la agrupación sonera más antigua de la isla, con un siglo de vida y más de 200 canciones en su repertorio, a jóvenes como Kelvis Ochoa, que en la década pasada trajeron ritmos nuevos y congas pegajosas a este templo de la buena música, que hoy celebra su 20 cumpleaños.
Coincidiendo con un aniversario tan redondo, el Habana Café recupera con una frecuencia fija a figuras legendarias del son como Eliades Ochoa, que en viernes alternos subirá al escenario con su grupo. También se convierte en sede de orquestas que son patrimonio cultural de Cuba, como el conjunto de Arsenio Rodríguez (cada domingo) y, como siempre, dará cabida a las mejores agrupaciones bailables del país como Los Van Van, la noche de los sábados. Veinte años después el Habana Café se renueva y a la vez vuelve a las esencias en un viaje que recién comienza.