En las feraces planicies camagüeyanas se multiplicaron los ganados cuyos cueros y carnes saladas fueron la principal fuente de comercio de la región, así como otras mercancías como quesos, sebos y maderas preciosas. La ciudad fue creciendo, tanto en número de personas como en cantidad y calidad de las construcciones, y ya para 1778 era la segunda ciudad de la isla con 16.514 habitantes (más que Santiago de Cuba), 50 ingenios azucareros, 108 hatos, 43 corrales, 13 potreros 276 sitios y 170 estancias, aunque con el desarrollo y la riqueza llegó la lacra de la piratería.
“El 2 de julio de 1555 tres barcos piratas al mando del francés Jacques de Sores asaltaron la hacienda Cubanga -lugar conocido hoy como Santa Gertrudis- y robaron allí cuanto había, obligando a los moradores a cargar agua y leña para los buques, salar el ganado que se les antojó y terminado el despojo pasaron a cuchillo a los blancos, pusieron en barra a los esclavos y se llevaron a las mujeres, que después de maltratadas e injuriadas cobardemente, las abandonaron en Cayo Coco”, cuenta en su delicioso libro ‘Apuntes de Camagüey’, el historiador Jorge Juárez y Cano. Fue el primer acto de piratería de que se tienen noticias en Camagüey.
Como De Sores , otros filibusteros siguieron atacando a su conveniencia la rica ciudad del centro de la isla, y para enfrentarlos los principeños pidieron al Gobernador General de Cuba armas y municiones para su defensa, las cuales les fueron suministradas, pero también cobradas.
Fue precisamente un hecho de piratería el que dio origen al primer poema cubano, escrito por el natural de Gran Canaria y vecino de Puerto Príncipe, Silvestre de Balboa, quien en Espejo de paciencia (1608) relató el secuestro del Obispo de Cuba Juan de las Cabezas y Altamirano, en 1604, por el corsario francés Gilberto Girón, con el objetivo de pedir por él un rico rescate. Balboa hizo acompañar su obra por seis sonetos laudatorios escritos por otros tantos vecinos de la villa, y en ella se cuenta la aventura del secuestro del Obispo y los avatares de su liberación por los aguerridos lugareños, que al final, según relato que merece la pena recordar, le cortaron la cabeza al pirata:
Andaba Don Gilberto ya cansado,
Y ofendido de un negro con vergüenza,
Que las más veces vemos que un pecado
Al hombre trae a lo que nunca piensa;
Y viéndolo el buen negro desmayado
Sin que perdiese punto en su defensa
Hízose afuera y le apuntó derecho
Metiéndole la lanza por el pecho
Más no la hubo sacado, cuando al punto
El alma se salió por esta herida,
dejando el cuerpo pálido y difunto,
Pagando las maldades que hizo en vida;
Luego uno de los nuestros que allí junto
Estaba con la mano prevenida,
Le cortó la cabeza y con tal gloria
A voces aclamaron la victoria.