Como un rollo inagotable de 35 milímetros se erige La Habana. Desnudarla se antoja algo así como una saga de largometrajes de magnetismo singular. Y sin pecar de adicto, me confieso enamorado de mi ciudad, de su gente, sus escenas cotidianas, su latir a veces agitado, otras con el compás de los pasos de un lord inglés, pero eso sí, con un ritmo o flow que la hacen singular, blanco fácil de las miradas e interés de visitantes de disímiles latitudes.
Entre esa madeja de posibles escenarios hay sitios que sería sacrílego no pulsar. ¿Ha imaginado su estancia en La Habana sin desandar la avenida del Puerto? Inicie su travesía en los linderos de La Punta, con el Morro como aliado y guardaespaldas al otro lado de la Bahía, o mejor aún, venga caminando por el Malecón y adéntrese, deje que el mar lo guíe, y se acordará de este humilde cronista. Escalas podrá tener disímiles, los antiguos almacenes de Madera y Tabaco, (hoy cervecería), la Alameda de Paula, las Plazas de Armas y de San Francisco de Asís, un ambiente de nuestro “Medioevo”, de ciudad colonial, de pregones, carruajes, historia y cultura al alcance de unos pasos.
La populosa Obispo, el alma de La Habana Vieja si de arterias se trata, es un termómetro ideal para medir la temperatura de esa parte histórica, con el Floridita y el Palacio de los Capitanes Generales en rol de puntos cardinales al Norte y al Sur. Captar su esencia o vida constituye un mural perfecto, tanto de contemporaneidad como de viaje hacia otras centurias.
La vida es silbar, Memorias del subdesarrollo, Habana blues, Conducta, Amor vertical, Los dioses rotos…y otros tantos filmes han hecho una escala, alegoría o simplemente una toma en este cinturón mágico de litoral.
Es imposible desligarme del mar, de su aura. En esa alianza eterna baste cruzar al otro lado de la Bahía, hacia Casablanca y desde la altura del Cristo beber de la Ciudad en una perspectiva de romance, quietud, con un crepúsculo como instante soñado. Es una imagen que se desdibuja una y otra vez en mi sensibilidad, sin pecar de trillada. El amparo de Cristo esculpido en mármol de Carrara por Jilma Madera, lo imponente del Castillo de los Tres Reyes del Morro o de la Fortaleza de San Carlos de la Cabaña con solo caminar un poco más, La Ciudad a mis pies y un pictograma sui géneris, con los matices del naranja y las luces y sombras del ocaso es algo que no podemos ni le recomiendo perderse.
Sigo un recorrido en el cual me arropo con mi imaginación. En los últimos tiempos hay un sitio todo colores, como un nicho de realización, al Oeste de la ciudad. Le llaman Fusterlandia, pues precisamente el artista de la plástica José Fúster quien se ha encargado de impregnarle un sello muralístico a su entorno más cercano en la barriada de Jaimanitas.
Mosaicos multicolores, ideas que van desde el genoma de su condición de campesino, pasando por pasajes memorables de nuestra historia, hasta detalles que pudieran parecer triviales, pero que aderezan la cotidianeidad del cubano y del habanero. Una suerte de extrapolación u homenaje a Gaudí y su obra en esta urbe tan peculiar. Para quienes escojan quedarse en el Meliá Habana, de muy fácil acceso a su llegada.
Ruta de 180 grados, recalo nuevamente en el mar, esta vez en las playas del Este, lugar en el cual me refugio cuando la vorágine intenta superarme. El vivir cerca me permite inhalar una bocanada de brisa marina, conjugarla con el placer de la compañía de mi esposa Made y mi grumete Enzo Samuel y bastarán poco más de par de horas para sentirme completamente renovado.
Las alturas a algunos les provocan vértigo, a mí una agradable sensación de paz, de ir a por el mundo, de intentar lograr un equilibrio entre todos y todos. Así me he sentido con cada nueva visita al Restaurante-Salón Sierra Maestra del Tryp Habana Libre, o al mirador de la Plaza de la Revolución. Se trata de escasos minutos imprescindibles, coquetear con las nubes, sentir que el mundo puede y debe ser mejor, otra perspectiva y una inyección de positivismo para continuar.
Si lo hace, apuesto por una sensación similar que emanará desde lo más profundo de su ser.
La Habana está plagada de lugares icónicos. Pienso en el Bosque, la 5ta Avenida, el Instituto Superior de Arte, los Jardines del Hotel Nacional, el Cementerio de Colón, la Rampa en el Vedado, o en un plano más terrenal cualquier calle de Centro Habana o La Habana Vieja. Si su viaje pretende ser de circunnavegación hallará algo interesante en cualquiera de sus 15 municipios.
Sería pecar de traicionero ver el fin de estas líneas sin mencionar el Latinoamericano o el Coliseo de la ciudad Deportiva. Dos templos del deporte cubano, que para nada dejan de tener un ligero toque de romanticismo y que también han sido foco de atención del lente de no pocos. Soy un aficionado del deporte cuasi empedernido, ejerzo el periodismo y sobre el deportivo específicamente he construido mi templo de realización. Entonces no convidarlo a presenciar un espectáculo deportivo con todo lo que este encierra, sería ir en contra de mis principios.
En definitiva para mí La Habana es como el Alma Mater de la Colina de la Universidad de La Habana, o como la Virgen de la Caridad del Cobre, Santa patrona de Cuba, una madre protectora que le ábrelos brazos a todos, visitantes o no.
Usted, sencillamente llegue hasta acá, déjese abrazar y encantar, si lo hace en tiempos de diciembre, cuando el Cine se torna protagonista, su escena quedará mucho mejor grabada en el pentagrama emocional.