Y allí estaba yo de nuevo, de su mano, de la mano de ella queriendo que supiera también en aquella ocasión como me hacía sentir. Nada había de diferente esa vez, solo una Habana que me miraba y yo le pertenecía (como siempre)… Entendí-luego- que era amor, pasión por mi ciudad, por mi urbe maravillosa.
Y caminando sus calles, el enamorado se flecha aún más cuando es alcanzado por la vida de la calle Obispo o cuando frente a esa Bahía-de pescadores jóvenes y viejos-se ve caer la tarde y entonces parece que amanece.
Esta es mi ciudad. Su gente la hacen maravillosa cautivando a los viajeros con un torrente de autenticidades. Mi Habana es una comarca detenida en el tiempo, aparentemente inmóvil, «con sus almendrones» y esa música que siempre alta retumba de alegría en el corazón de los recién llegados.
La Habana es el mercado de Cuatro Caminos, donde harto conocido es para los de aquí que «lo que no venden allí, no existe» y donde la frase -¿Quién es el último?- es el preludio de inmensas filas (o cola según cubanos y cubanizados). La Habana son esas sábanas blancas que cuelgan de muchos balcones en callecitas muy estrechas….pero siempre repletas de gente, de bullicio, de «ambiente».
El olor a tabaco, los maniseros en La Habana Vieja, los pregoneros-de cualquier cosa-, los bici-taxi, el Floridita de Hemingway…la Habana de Carpentier…
Tantas veces me ha visto amanecer ese Malecón, donde tanta algarabía y tanta vida se junta cada noche, en donde La Habana abre sus puertas, al tiempo que se deja ver desnuda por completo.
Incluso en esos momentos en los que nosotros, su gente, quienes la amamos más, creemos que no se encuentra en su mayor esplendor, La Habana es maravillosa… y hoy, que es declarada Ciudad Maravilla, conocemos mejor que nadie las razones de ello y sentimos orgullo indescriptible…Por esta ciudad que ha dado al traste con años de tecnología para seguir con carácter algo primitivo, llenando esquinas y parques con buscadores ávidos de Wifi…
Ella parece que no se mueve, y muchos de los momentos que ofrece son azarosos pero vale toda la pena, despertar temprano para vivir la vida de La Habana, en la Cuba moderna, para dejarse enamorar una vez más por el acontecimiento que toda ella supone.